<b>Ceremonia de Aralar. 1º de Mayo. Pautas de última hora:</b>
El pronóstico del tiempo es nuboso, con precipitaciones débiles a la tarde. Al dominar el viento sur, las temperaturas permanecerán moderadas.
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Novedad
Otro aspecto novedoso este año es la compra de una gran carpa. Ya no tendremos que estar preocupados por el frío. Podéis ver aquí la estupenda adquisición. Mide 6x12 metros. Nos permitirá estar calentitos hasta cien personas.
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Vídeos de la edición del 2007 en el Frontón de Baraibar
Explicación de la ceremonia
http://www.youtube.com/watch?v=cOkigZCOeKo&feature=related
Confección del lauburu con flores
http://www.youtube.com/watch?v=-LhzVt3Aqgc&feature=related
http://www.youtube.com/watch?v=2c3ZhscKLJw&NR=1
http://www.youtube.com/watch?v=easuaFKFcsU&feature=mfu_in_order&list=UL
Paneurritmia y "Merçi Seigneur"
http://www.youtube.com/watch?v=v_er-r62pOg
http://www.youtube.com/watch?v=XADl80eIoyc&NR=1
Danza del corazón único. Por Roy Little Sun
http://www.youtube.com/watch?v=_zGmb9f7IYg&NR=1
http://www.youtube.com/watch?v=aSo7RXDf-Uc&feature=related
Un cielo oscuro quería probar la veracidad de aquel intento, más la amenza de tormenta no puso en huída tanto gozo congregado en ese primero de Mayo. La lluvia se limitó a bendecir una unión consumada sobre las ancianas rocas de la montaña sagrada. Blanco, barro y copal y la firme determinación de avanzar juntos, dibujan el recuerdo de esa jornada memorable. Aralar sólo fue el comienzo de un itinerario compartido, de un anhelo ya inaplazable. Ya no se trataba tanto de hablar de unidad, de proclamarla a los cuatro vientos, sino de vivirla, de hincarla sobre la tierra; hora ya de inaugurar un círculo tantas veces esbozado en nuestras mentes, pero que el tiempo lo relegaba, ignorando su premura. El mudo hayedo testificó aquella alianza de hermanos. Una solemne emoción se contagiaba entre los cuerpos entumecidos, mientras el suave canto desparramaba por el valle el compromiso sellado entre los servidores de lo Nuevo. La montaña nos aguardaba de un momento a otro. El viento revuelto ya desde hace días, le había susurrado la cita. Sabía que un día la sorprenderíamos con silencioso paso, con blanco atuendo por uno de sus senderos. Desde México vino la consigna, la excusa para atender ya a una cita de gentes y colectivos que labran una nueva conciencia: la “Ceremonia de Activación y Luz del primero de Mayo”, iniciativa que varios sensitivos habían recibido en lo interno, emanada desde la Jerarquía de Luz. Una enorme familia, de los más diversos grupos espirituales, venidos de multitud de rincones del País Vasco, Madrid, Valladolid, Barcelona y Zaragoza, avanzaba el primero de Mayo, entre el hayedo conmovido, hacía ese círculo pendiente, hacia esa ceremonia de unidad postergada más allá de la hora. Rebosante el corazón, desbordados en el Espíritu, purificados por la lluvia incesante alcanzamos el dolmen de Eubi-Hegoa ya bien entrada la tarde. En realidad aquella variopinta columna que desembocaba en el centro ceremonial, dejaba atrás una intensa jornada que había transcurrido en el polideportivo del pueblo de Lekunberri, al pie de la Sierra. Bajo techo de uralita La mañana había sido organizada en un plan de distendida confraternización. Se trataba de que cada grupo expusiera al conjunto de los presentes, más de quinientas personas a juzgar por los impresos distribuidos, el trabajo que habitualmente realiza, en unas horas de mutua fecundación espiritual. La uralita hubo de cobijar todas las actividades que a causa del tiempo no hubiéramos podido desarrollar al aire libre. Despejada la incógnita de donde levantar un campamento para tantas “tribus” espirituales diferentes, éstas se dispusieron a presentar al resto sus trabajos. Fuera del recinto, desafiando el “xirimiri” los concheros de la Mesa de Danza del Señor Santiago desenvainaban sus plumas, calzaban sus penachos, y estiraban la piel de su enorme “hue-hue” (tambor ceremonial). Tras rápido afinado de “conchas” y mandolinas comenzaron sus danzas aztecas, su alarde de fuerza y de belleza en movimiento. Mientras tanto, el interior del polideportivo era un hervidero de gentes y grupos con propuestas diferentes. Los discípulos de Swami Sananda de Logroño, Pamplona y Vitoria desarrollaban su ritual del “toque de energía” que atrajo a decenas de los presentes, impresionadas por el poderío y sencillez de su trabajo. En otro rincón del gran aforo se elevaba el suave y hondo sonido de las canciones que había seleccionado y preparado el grupo Ama Lurra (Madre Tierra) de Bilbao. Allí dieron a conocer la tarea que han realizado recuperando melodías escondidas en el cancionero popular y religioso vasco, devolviéndoles todo su valor en estos tiempos de reciclaje de un pasado más sagrado. En el otro extremo de la enorme sala las gentes de Lourdes García y Soma (Avila y Pamplona) ponían en marcha su propio círculo. Sonidos de Nueva Era hacían brotar una espontánea oración que, en alegre y original expresión, esbozaban sus cuerpos. El gozo se contagió, agrandando un círculo en el que cada quien mantenía su rítmico giro y balanceo. Presentes estaban también, aunque se sumaron a los grupos ya formados, limitándose algunos de ellos a adherirse a la convocatoria o a exponer oralmente su trabajo: gentes de los “Clanes de Quetzalcoalt” de Miyo, lectores del “Libro de Urantia” y el “Curso de Milagros”, estudiosos del “Calendario Maya” y el “Encantamiento del Sueño”, un grupo de danzas de Gurdijef, miembros de grupos de Metafísica de San Sebastián y otras capitales, seguidores de Amma, de Pablo de Havona en Pamplona... Con todos ellos, con los que también venían por libre, formamos el otro gran círculo que nos aguardaba al término de la mañana. Los diferentes trabajos y talleres se cerraron con una colectiva mantralización de sílabas sagradas. Todos los presentes, agarrados de la mano y algo encogidos en un enorme recinto, que se nos había quedado pequeño, despedimos la primera parte de la jornada. A la derecha de la raya El tiempo estaba poco acogedor, pero la montaña, arropada en su niebla, no cejaba en su silencioso y a la vez, potente llamado. Los presentes no se resignaban ha dejar en el cemento la huella de ese hermoso día. Al término de la comida se procedió a la votación: los que deseaban desarrollar la ceremonia alrededor del dolmen de Eubi-Hegoa, tal como se había programado, se desplazarían a la derecha de la raya central de la cancha, los que preferían llevarla adelante en el mismo recinto cubierto, se situarían a la izquierda. La organización optó por esta salomónica decisión ante la dificultad de un cómputo a mano alzada. A la señal de posicionarse, todo fue una gran ola humana moviéndose hacia la derecha y celebrando entre risas la dicha del reencuentro inmediato con la Madre Tierra. Bien pertrechados, con toda la ropa de abrigo y agua sobre los cuerpos, la larga comitiva de coches enfilaba por la carretera que conducía, tras trece kilómetros de curvas, hasta la Casa del Guarda en plena sierra. Una vez arriba nadie sugirió abreviar el programa a causa de la lluvia, así que nos dispusimos para la marcha sagrada. Las “malinches” sahumadoras (sacerdotisas de la tradición azteca) con su cortina de copal al viento, abrían el cortejo. El humo sagrado iba pidiendo permiso entre los hayas centenarios. El tambor, también a la cabeza, insistía en la solemnidad del momento. Sumidos ya en el compás dulce de los cantos, gargantas incontenibles elevaron hacia el cielo los primeros “irrintzis” y un escalofrío se adueñaba de los peregrinos de la nueva alborada. La emoción se contagiaba cuando la montaña nos devolvía ese largo grito de las antiguas tribus vascas, que allí cobraba su auténtico y profundo significado. Ya no se trataba de ninguna convocatoria para la batalla. Habíamos oído tantas veces ese mismo grito en las calles de nuestras ciudades, en medio de un humo más pesado, llamando a la pelea, a la confrontación con el “adversario”, que algo tembló por dentro cuando sentimos que aquel “irrintzi” venía por fin inaugurando un tiempo definitivamente diferente. Era en realidad un saludo alborazado a Ama Lurra (Madre Tierra) y a Aita Zerua (Padre Cielo): “¡Aquí estamos, ya no guerrearemos contra el hermano!, ¡oh Dios, aquí están tus hijos para levantar el Reino de fraternidad humana!”, quería decir aquel grito sostenido que brotaba sin descanso de uno y otro extremo de la columna. Aquellos “irrintzis” cerraban un círculo pendiente en el tiempo, atendían a una promesa que guardaban las piedras del dolmen principal y de cuantos se extendían sobre el lecho de la montaña. Se estrenaba un nuevo tiempo sagrado y allí estaban los guerreros de la Luz para testimoniarlo con su alegría contenida en un grito echado al viento. Caídas nos trae la vida A medida que avanzábamos el barro dibujaba de proeza las blancas faldas y pantalones. Llegó también la cuesta encharcada, ofreciendo su puntal paralelismo con los lodazales del peregrinaje por la vida. En ese trayecto embarrado no faltaron manos que tiraban de otras manos, cuerpos que perdían el equilibrio, risas que acompañaban las caídas sobre el blando suelo,... Todos querían cuanto antes alcanzar el rellano donde los concheros, que habían encabezado la marcha, entonaban a pleno pulmón una bella alabancita. Esta tonada, que inundó de coraje a los que ascendían, rezaba en su estrofa principal: “Santísima Trinidad que nos dio su Santa Luz , que florezca la humanidad , revestida de su Luz”. A su término todos, en una sola y potente voz, repetíamos “Que florezca, la Luz, que florezca la Luz, que florezca...” Culminada la prueba del barro y antes de comenzar un retorno más interiorizado, junto a dos grandes rocas que simbolizaban la Puerta de Iniciación, recitamos una ardiente “Gran Invocación”. En el itinerario de vuelta hasta el lugar ceremonial, nos detuvimos en siete dólmenes, que bien se podían interpretar como nuestros siete centros principales de energía o “chacras”. En cada uno de ellos se efectuó una pequeña parada con ofrenda de flores. Ceremonia de Activación y Luz Formados tres círculos concéntricos alrededor del dolmen, el sonido de las caracolas extendió de nuevo por aquellas alturas la llamada al recogimiento. El saludo a los Cuatro Vientos marcó el comienzo de aquella ceremonia inolvidable. Con el fondo de unos “mantrams” se dio comienzo a la ofrenda floral en la que participaron representantes de todos los grupos. Para entonces varias mujeres habían conformado el altar entre las piedras del dolmen. Un enorme sol y luna fundidos en uno, conciliación de lo masculino y femenino, del Cielo y la Tierra..., dibujados sobre una tela blanca, aguardaban ser colmados por pétalos de claveles y margaritas. Los hombres fueron rellenando el interior del Astro Padre y las mujeres hacían lo propio con esa Luna que acostaron entre las rocas empapadas del dolmen. Los danzantes concheros con su gran bagaje ritual sentaron la estructura básica de la ceremonia. Los cantos de Ama-Lurra proporcionaron un fondo de unidad, a la vez que elevaban la vibración del momento. Lourdes García junto con sus dos acompañantes imprimieron al ritual fuerza y contenido. Todo discurrió en suprema armonía y complementariedad. Sutiles miradas, gestos apenas esbozados, sugerencias sin siquiera completar..., fueron ensamblando las diferentes partes de esa ceremonia apenas diseñada, pero en el que cada quien jugó su justo e idóneo papel. Los valores unidad y fraternidad perseguidos desde el lanzamiento de la convocatoria, cobraron en esos instantes sagrados su más cálida expresión. “Mensajeros de la Nueva Luz” En medio de la ceremonia se creo un paréntesis en que Xabier Satrústegui, Soma, leyó tres mensajes a propósito del gran momento que vivíamos. Estos tres breves discursos cargados de amor, ánimo y esperanza habían sido comunicados por la Jerarquía de Luz a Lourdes García esa misma mañana. Reproducimos tan sólo un extracto de ellos: “¡Gloria a Dios en el Cielo y en la Tierra todos vosotros, colectivos de amor y de luz que hoy despertáis en unidad. Vuestra felicidad en este Planeta es la meta de vuestro Creador. No os retraséis más en vuestro caminar. Sois el pueblo divino en la creación universal, que yo guío a través de todos los tiempos, en este momento trascendental en que todos queréis salir de la ignorancia a la luz. Yo os guío por este camino de regreso a casa, entrad en él, unificaros como lo habéis hecho en otros tiempos. No más divisiones, no más separaciones, unificaros en vuestros corazones y no volváis a caer en la dispersión. Caminad cogidos de la mano hacia la Luz Dorada. No miréis hacia atrás... Vostros los mensajeros de la nueva Luz estáis entre los hombres de la Tierra. Expandid el amor como palomas mensajeras entre los hombres. No tengáis ningún miedo. Vuestras presencias son una vez más, como puentes de Luz y pequeños soles. En esta bendita Tierra sois depositarios de la semilla de la nueva raza. No temáis, estáis protegidos, sois puentes de Luz. Extended vuestra Luz por este maravillos planeta. Decid a todos los humanos que no teman, que su regreso a la Luz, está programado...” Una sola y elevada intención Llegó el instante de sumo recogimiento. Tras las palabras se crearon unos instantes de silencio para sintonizar en un mismo y elevado anhelo, con todos los hermanos reunidos en las pirámides de Uxmal (México) y en múltiples rincones de la geografía mundial. Tal como se había sugerido en la información previa, una sola intención visualizada dominó el instante: los hombres bajando la energía luz del Padre Sol y las mujeres subiendo la energía luz de la Madre Tierra. Entonces se reunieron nuestras más elevadas intenciones para que la Tierra fuera refundada como planeta de Luz, Alegría y Paz. Tras este momento culmen, aunamos otra vez nuestras voces repitiendo el fiat de Luz: “Luz expande, Luz expande, Luz expande, expande, expande...” y cada quien visualizaba a la Tierra entrando en un gran canal de Luz. Resbalaba el agua por sus rostros y los presentes proseguían felices cantando y orando, celebrando la clausura de un pasado colmado de violencia y división, la hora del reencuentro entre tantos grupos diferentes, el privilegio de un tiempo único. El desfase de casi una hora que llevábamos con el discurrir de los actos al otro lado de las aguas del Atlántico, no impidió que la ceremonia colmara sobradamente sus objetivos espirituales. Unas palabras de Lourdes y el canto del “Agur Jauna” (Saludo a Ti, Padre) elevado suave pero majestuosamente, pusieron fin al acto. Este himno religioso nos reenvolvió en la vibración de una tradición que mantuvo firme y vivo durante siglos, su particular vínculo con lo sagrado. “Denak Jainkoak eginak gera, zuek eta bai gu ere” (“Todos estamos hechos por Dios, sí, todos vosotros y nosotros también”) y ahora otro puente mental se estiraba hacia atrás en el tiempo y alcanzaba un pasado olvidado. Nuestra alma colectiva, sorteaba un paréntesis de inevitable, quien sabe si incluso necesario, tiempo profano, y se unía con esa otra alma que vibró entonces en ese mismo lugar, bajo el mismo y respetado Cielo, entre la misma y sacralizada naturaleza. Llegó el momento de los abrazos y con ellos la emoción desbordada de haber culminado una tarea pendiente, una jornada única. El agua jugaba entre las mejillas que se buscaban y fundían. Para entonces la tan temida lluvia se había tornado en aliada. Nos acompañó silenciosa, dulce durante horas. Propició una intimidad en medio del inmenso hayedo. Miradas hacia lo alto la contenían en su tentación de derrocharse. No rompió en gran arrebato, se contuvo amable consciente de lo que se gestaba. Apenas hizo alguna travesura, apenas alguna vela aquí y allí silenciada, apenas algunas llamas ahogadas, que las mujeres se aprestaban a contagiarles de nuevo vida. Era noche cerrada cuando nos metimos en los coches y el aire caliente de la calefacción insuflaba también a los cuerpos nueva vida. Abandonábamos la montaña agradeciéndole tanta sorpresa agazapada en ese día. Nos alejamos de su húmeda magia con la promesa de remontar aquel lugar sagrado cuantas veces hiciera falta, cuantos primeros de Mayo sintiéramos la necesidad de retornar a aquellas gloriosas cumbres, de redibujar, ese mismo círculo de hermanos. Cada cual enfiló a su propio destino con la promesa de enlazar de nuevo las manos en torno al dolmen, de orar y cantar en sucesivos encuentros hasta que la humanidad “florezca”, hasta que todos nuestros semejantes sonrían por fin a la sacrificada Madre Tierra, al infinito Cielo y Su Gobernante. México conection “¡Gloria Dios en el Cielo y en la Tierra Paz a los hombres de buena voluntad! El trabajo ha sido cumplido. La tarea propuesta desde la Jerarquía de Luz ha sido culminada. Alrededor de trescientos cinquenta servidores de la Luz nos reunimos a la hora acordada, a pesar de la constante lluvia, en la montaña sagrada de Aralar (País Vasco) para desarrollar la ceremonia de ‘Activación y Luz. ¡Que el Amor del Padre nos mantenga por siempre unidos! ¡Que la Luz el Amor y el Poder restablezcan el Plan Divino sobre la Tierra! Abrazos fraternos”. Era ya de madrugada al grabar estas líneas en la pantalla. El cansancio no pudo con la ilusión de mandar a México este breve parte, vía “e-mail”, a los hermanos de México. Atrás quedaba una jornada tan larga como inolvidable. Atrás gozo y barro, lluvia y copal, canto y ofrenda. Atrás cientos de manos estrechadas en un sólo anhelo de elevar la vibración de la Tierra, atrás intensas horas que difícilmente nuestra memoria colectiva. Finalizábamos esta crónica cuando nos anunciaron que la sinrazón había regado de sangre un asfalto, no muy lejano a donde, hundimos la semilla de una nueva Aurora. La oscuridad se emplea a fondo en esta tierra noble y pese a todo esperanzada. La sombra trabaja sin descanso porque sabe que la luz está siendo anclada con particular anhelo y determinación; no en vano aún resuena por la geografía vasca ese eco multitudinario del primero de Mayo, proclamando a los cuatro vientos: “Que florezca la Luz, que florezca la Luz, que florezca Luz...”
Publicado por Fundación Alalba los 6:28 0 comentarios